H a l l o w e e n
Este
año vamos a escenificar un entierro. Por supuesto no de personas. Tampoco se
trata de enterrar objetos, aunque también podría hacerse. La idea de esta
actividad es reflexionar sobre aquellos hechos o sentimientos que no queremos tener
en nuestras vidas. Muchos de nuestros alumnos optarán por los deberes, y esa
puede ser una opción; pero podemos intentar que piensen un poco y lleguen más allá, por ejemplo, enterremos
la maldad, las guerras, el hambre, la pobreza, la envidia, los abusos, los
niños obligados a ir a la guerra o a trabajar, la enfermedad, a la propia muerte.
No sólo tendremos que pensar de qué
desprendernos, también habrá que dar tres razones por las que no queremos esos sentimientos
o hechos en nuestras vidas y qué consecuencias tendría su eliminación.
El entierro debe ir acompañado de
una música para la actuación del correspondiente cortejo fúnebre.
Para realizar el cortejo fúnebre podemos
basarnos en los ritos de diferentes culturas. A modo de orientación los
siguientes:
Los Neandertales enterraban a sus
muertos lo cual nos indica su preocupación
por el espíritu humano. El cadáver se colocaba en posición fetal, o
durmiente, En las tumbas se han encontrado restos de animales, herramientas,
alimentos y flores; incluso en algunas han aparecido restos de hogueras. Todo esto
podría indicar que realizaban algún rito fúnebre, aunque los paleoantropólogos no están de acuerdo en este punto.
Los fenicios seguramente preparaban
el cuerpo del difunto lavándolo con algún producto mezclado con agua, al igual
que hacían los egipcios. Si los cuerpos se incineraban no sería necesario
lavarlos porque el fuego es un elemento purificador. También se ungirían con
aceites olorosos. Tras la cremación los restos se depositaban en una urna y se sepultaba. En los casos de
inhumaciones, el difunto se vestía con un sudario y se adornaba con sus joyas
personales y amuletos, en la tumba se disponía un ajuar funerario, más o menos
abundante, según la categoría social del difunto. Después el cuerpo se colocaba
en un ataúd de madera o directamente sobre el suelo. Sólo las clases más ricas
podían ser embalsamadas. El cortejo fúnebre, formado por familiares y amigos,
acompañaría al difunto hasta la tumba. Allí el cuerpo se colocaría con la
cabeza mirando al este y los pies al oeste, en relación con la luz solar y con
la idea del retorno y de la inmortalidad de las almas. La tumba se cerraba con
grandes losas de piedra. En señal de duelo los familiares y amigos arrojarían
trozos de vasos cerámicos. Pasados unos días los familiares se reunirían en la
tumba para realizar una comida en honor del difunto. La creencia de que el difunto realizaría un
viaje para llegar al mundo de los muertos está atestiguada por la figura del
barco funerario hallado sobre numerosos sarcófagos.
En la Grecia clásica al frente del cortejo fúnebre
iba una mujer portando un vaso de libaciones, detrás los hombres y al final las mujeres vestidas
de luto (negro, gris o blanco). La tumba se situaba fuera de las murallas de la
ciudad o en las tierras de la familia. La cremación era costosa y por eso se
solía inhumar el cuerpo. Si se incineraba, las cenizas se recogían en una
vasija y eran enterradas. El lugar del enterramiento se señalaba con una
construcción, un simple montículo de tierra o una estela. Característico de
estos entierros eran los epitafios, pequeños poemas que informaban sobre la
vida del muerto. En la boca se le colocaba una moneda para pagar al barquero
que le cruzaría el río que separa la otra vida.
En la civilización romana al difunto se le honraba,
pero se le tenía desconfianza y miedo. Los romanos pensaban que todo acababa en
esta vida y que lo único que podía conseguir la inmortalidad era perdurar en la
memoria de los demás. Al morir se sacaba un molde de cera de la cara del
difunto y ocupaba un lugar en el altar doméstico (lararium) siendo venerado por
el hijo. En la boca del difunto se introducía
una moneda para pagar al barquero Caronte. Los familiares portaban el cadáver
y las mujeres comenzaban a llorar de forma histérica, gritando y arañándose la cara. Los hombres reprimían
cualquier manifestación de dolor. La comitiva fúnebre estaba encabezada por
unos tocadores de flauta y trompetas, detrás iban los esclavos portando
antorchas, un grupo de plañideras y los familiares que llevaban las imágenes de
los antepasados. Un familiar pronunciaba el laudatio
funebris, una oración fúnebre, en la que se elogiaba al difunto. A veces,
al final de la comitiva iba un bufón que hacía chistes y se burlaba de las
alabanzas hechas al difunto. Las personas de clase alta se incineraban y los
pobres eran inhumados. Los familiares y amigos les arrojaban flores. La urna se
colocaba en un monumento funerario situado en las principales vías de salida de
la ciudad. El día de los difuntos (del 13 al 21 de febrero) los familiares llevaban flores y ofrendas de
trigo y encendían una lámpara ante la urna del difunto.
La
cultura judía siente un gran respeto por la muerte. A la cabecera del entierro
se coloca una luz o vela en recuerdo de que “el alma es la luz del Señor”. Se
cubren los espejos y objetos de adorno y no se colocan flores porque son
símbolo de la vida. El cuerpo del difunto se purifica y se le coloca una
mortaja blanca como señal de igualdad de todos los seres humanos ante la
muerte. El rabino realiza unas reflexiones sobre el difunto y la muerte.
Posteriormente los familiares se rasgan las ropas como señal de amargura por la
pérdida del ser querido. Si el difunto es el padre o la madre se rasgan la ropa
en el lado izquierdo, para descubrir el
corazón; para el resto de familiares se rasgarán el lado derecho de la ropa.
Después se recita una oración y se lleva el cuerpo para enterrarlo. Al llegar
al lugar escogido se debe, inmediatamente, bajar el ataúd a la fosa. Las personas
que echan tierra en la sepultura deben tener cuidado de no pasarse la pala de
mano en mano, deben dejarla en la tierra para que la otra persona la tome de
allí. Esto simboliza la voluntad de no transmitir desgracias a otra persona.
También es costumbre colocar una pequeña piedra o un puñado de tierra sobre la
sepultura y despedirse del muerto antes de retirarse. La obligación de enterrar
a los muertos en la tierra tiene su origen en la Biblia (“… pues polvo eres y al
polvo volverás”) Por este motivo la ley
judía prohíbe los entierros en mausoleos y las cremaciones.
En la religión islámica algunas
normas sobre el enterramiento se encuentran en el Corán, entre ellas la no
aceptación de la incineración. Para el Islám, igual que en el cristianismo y el
judaísmo, la muerte es un paso hacia la vida eterna. En primer lugar se lava el
cuerpo por dos personas del mismo sexo que el difunto. Después se cubre con una
mortaja sin costuras, preferentemente de color blanco y de tela normal sin
adornos. Sobre la primera mortaja se coloca una segunda y encima una tercera.
Después se atan las mortajas con telas. El imán, o un pariente cercano, realiza
una oración. El cadáver es llevado a la tumba en una especie de camilla que
portan sus familiares y amigos. Se entierra lo antes posible, directamente en
la tierra, sin ataúd, y orientado hacia La Meca.
Por último, y como ejemplo del
cortejo fúnebre más conocido y curioso, el realizado por la reina Juana de
Castilla tras la muerte de su esposo Felipe I.
La reina decidió llevar a su difunto esposo desde Burgos hasta Granada,
donde su madre, la reina Isabel, había construído un mausoleo real. Debido a
diversas circunstancias el peregrinaje duró tres años (1506 – 1509) hasta que
el rey Fernando intervino y llevó a la
fuerza a su hija al palacio de
Tordesillas, donde permanecería encerrada hasta su muerte. Felipe I,
apodado el Hermoso, fue enterrado en el mausoleo de Granada en 1525, cuando su
hijo, Carlos I, V de Alemania, ordenó el traslado del cadáver.
Tenemos la esquela que vamos a utilizar y el ataúd de cartulina donde introducirla:
Un ejemplo de la decoración del colegio:
Y de postre... un bizcocho de chocolate apropiado para la ocasión y preparado por nuestras magníficas cocineras:
Tenemos que leer todas las esquelas, cuando lo hagamos os las dejaremos aquí para que podáis verlas vosotros. Y os diremos los nombres de los grupos ganadores.
Mi libro del verano
Nuestro colegio se ha llenado de cometas
En sus cintas de colores traen unas tarjetas.
¿Qué mensaje nos querrán transmitir?
¿Quién nos podrá desvelar este misterio?
¡¡ Libros, libros!!
Seguro que en la Biblioteca del cole nos darán la clave de este enigma.